jueves, 10 de enero de 2008

UNA LARGA MADRUGADA. Cristina Prieto

UNA LARGA MADRUGADA


Hacía las once de la mañana, Rosina y Elvira, entraron con su llave maestra en la habitación 169 para hacer la limpieza acostumbrada. A esas alturas, Don Evelio Duarte, el huésped de la misma, estaría sin duda dando su paseo matutino.
Les sorprendió que las persianas estuvieran aún bajadas, y encendieron la luz. Rosina gritó de repente, mientras Elvira se ocupaba en abrir las ventanas para ventilar el cuarto, cuya atmósfera estaba un tanto enrarecida.
- ¡Está muerto! -exclamó llevándose las manos a la boca. A Elvira le temblaban las piernas, y las dos decidieron salir inmediatamente de allí, e ir en busca del Sr. Gutiérrez, el encargado, para confirmar sus sospechas, ya que en ningún momento tocaron al presunto difunto, por lo que no podían aseverar que en efecto hubiera fallecido.
Pocos minutos después, el encargado, acompañado por las dos empleadas de la limpieza, se personó en la habitación. Se acercó a la cama e inspeccionó al pobre Don Evelio, que no presentaba buen aspecto. Tenía la piel tan pálida como la cera, y en su rostro, un tanto desfigurado, lo único que destacaba, era el color morado de sus labios. Buscó en el cuello la arteria carótida para comprobar si aún tenía pulso, pero tras varios intentos infructuosos, y sobretodo por la frialdad de la piel, confirmó la muerte del viejo, al parecer mientras dormía.
- Habrá que avisar al gerente - dijo lacónico - no os mováis de aquí - les indicó -volveré en un instante.
Cinco minutos más tarde regresó, esta vez con Don Jacinto Soler, quien a juzgar por su expresión ceñuda, estaba realmente disgustado ante la noticia.
- ¡Maldita sea! ¡Lo que nos faltaba, un fiambre!, y en estas fechas, con la ocupación al completo del hotel. No puedo creerlo, este viejo estúpido, bien podía haberse muerto en cualquier cuartucho de pensión barata. Sabía que este pájaro, nos traería problemas  exclamó casi al borde de un ataque.
- Vamos Don Jacinto, no diga eso. El pobre diablo, llevaba viviendo aquí más de tres meses, y siempre ha sido buen cliente y buen pagador -Gutiérrez trataba de calmar a su jefe, por que sabía como se las gastaba.
- Habrá que solucionar esto cuanto antes - Dijo sin dejar de mirar el cuerpo desfigurado
- Si, me ocuparé de llamar a la policía. Tendrá que venir un forense para certificar la muerte, y un juez para que ordene el levantamiento del cadáver - Se ofreció Gutiérrez solícito.
- ¿Pero qué dice hombre? ¿Se ha vuelto loco? No podemos llamar a la policía, todos los clientes se enterarían del incidente, y estaríamos perdidos. Un fallecimiento en un hotel, le da mala fama, y en menos de veinticuatro horas más de la mitad de las reservas serían anuladas. Ni hablar, no lo consentiré - Añadió enfurecido -Hemos de solventar el problema nosotros mismos, y de la forma más discreta posible ¿Entendido?
- Pero Señor, si no seguimos las disposiciones adecuadas para un caso como este, podemos tener problemas con la justicia. Antes o después, alguien reclamará a este hombre, y si nos denuncian, nos veremos envueltos en una investigación policial.
- ¡Silencio! - gritó - creo que ya le he explicado la cuestión Gutiérrez, no voy a repetirlo. No pienso poner en juego el prestigio del Hotel, por un viejo sesentón que decidió hace unas semanas, venir a morirse aquí, a mi establecimiento. Hay que deshacerse del cuerpo inmediatamente, y llevarlo cuanto más lejos mejor, y por supuesto sin que nadie, absolutamente nadie, se entere de nada. Piense cómo hacerlo, y queda claro que no intervendrá hasta pasada la medianoche, a esa hora, resultará más difícil que alguien pueda verles.
- ¿No pretenderá que entierre el cuerpo por ahí, así sin más y que actuemos como si no hubiese sucedido nada?
- Veo que ya me entiende. Si, eso es lo que quiero. Si no actúa según mis indicaciones, me veré obligado a ponerle de patitas en la calle. Por cierto eso las incluye a ustedes - agregó girándose en dirección a Rosina y Elvira, que lloriqueaban en un rincón - Asegúrense que esta desafortunada eventualidad, queda entre nosotros. Cuanta menos gente sepa lo acontecido mejor. Gutiérrez, comuníqueselo exclusivamente a alguien más del personal, para que le ayude en lo que haga falta. Dígale que son órdenes mías. En cuanto a ustedes Señoras, será mejor que no hablen sobre esto. Terminen su trabajo y tómense lo que resta de día libre, si es que Gutiérrez no les necesita.
El encargado cerró la habitación, una vez hubieron salido todos. Mandó a las mujeres a la cocina para que se tomaran una tila, y calmaran un poco los nervios, y después se metió en el pequeño cuarto que hacía las veces de despacho, para pensar. Las instrucciones del Gerente estaban claras, y si no actuaba según las mismas se jugaba el puesto. Necesitaba una buena idea, para sacar de allí el cadáver sin levantar sospechas, y un lugar dónde deshacerse de él. Al pensar esto, sintió una punzada de dolor. Don Evelio llevaba tanto tiempo allí, que era como de la familia. Todo el personal se había encariñado con el viejo marino, que gastaba bromas y solía estar de buen humor. Incluso jugaban por las noches, alguna que otra partida de poker, que le aliviaba la soledad de las madrugadas sin dormir. Se había apegado a él, porque era agradable, servicial y educado. Vestía exquisitamente, y no salía del hotel, sin perfumarse y sin que alguna de las camareras le cepillara el traje. Tenía sus peculiaridades, por ejemplo, todas las noches gustaba de tomar un chupito de ron añejo, y justificaba aquella costumbre aduciendo razones digestivas. Supo mientras le recordaba, que su ausencia se dejaría notar. Pensándolo bien, ya le estaba echando de menos.
Miró el reloj, eran las once y cuarenta y cinco minutos, disponía de unas trece horas para elaborar un plan, aunque el alma se le encogía ante la mera idea de llevar a cabo aquel disparatado propósito. Se levantó indignado y se puso la gabardina. En recepción dejó dicho a Luís, que precisaba salir un rato. Ya en la calle, caminó lo más deprisa que pudo, sin rumbo por las callejuelas, con el único afán de liberar toda la adrenalina que se acumulaba en su interior. Una hora más tarde, entró en un bar y pidió una copa. El alcohol acallaría la voz de la conciencia, y le permitiría acometer semejante inmoralidad.
La tarde pasó en una especie de telaraña pegajosa y desagradable, que le sumió en un estado de ensimismamiento. No consiguió concentrarse en el trabajo pendiente. Los clientes, que aquel día llegaban al hotel para pasar el puente en la ciudad, fueron personándose durante varias horas. Sobre las diez de la noche, pareció que el éxodo de huéspedes, cesaba. Revisó entonces las reservas que aún no habían sido cubiertas, comprobó que al menos dos personas todavía no habían hecho acto de aparición.
Habló con Luís, el chico de recepción, y le comunicó en pocas palabras lo sucedido, y las órdenes del Sr. Soler. El muchacho se negó en un principio a intervenir en un asunto tan delicado como macabro, pero cuando Gutiérrez le explicó que si no cumplían aquellas disposiciones, les despedirían, lo pensó mejor. Le contó cómo iban a hacerlo, y que ante todo, debían evitar encontrarse con nadie.
Subieron a la habitación, hasta entonces clausurada, y una vez dentro procedieron a preparar el cadáver. Le vistieron con sus mejores galas, un traje azul marino, elegante y discreto. Le cepillaron los cabellos blancos, y Rosina puso un poco de maquillaje sobre la cérea piel de la cara, para dotarla de un poco de color. Cuando estuvo listo, le colocaron el abrigo largo y un sombrero que él solía utilizar. La operación les llevó más de una hora, y terminaron agotados de cargar y movilizar un peso muerto de más de ochenta kilos. Le sentaron en un butacón y bajaron al despacho para descansar un poco y ultimar los detalles.
- Rosina, puede irse a casa. Gracias por su ayuda, y recuerde que no debe decir una sola palabra de esto a nadie. La veré esta noche.- indicó Gutiérrez poniendo la mano sobre su hombro, demostrándole su aprecio. La mujer se marchó con la cabeza baja, y los ojos huidizos ante las miradas del resto de la gente. Temía que su expresión pudiera delatarla.
Una hora después, Luís y Gutiérrez, regresaron a su cita con Don Evelio que les aguardaba tranquilamente sentado frente al televisor. Subieron una silla de ruedas, propiedad del hotel para los clientes disminuidos, y que también usaban en caso de algún accidente leve. Acomodaron al hombre en aquel medio de transporte que no levantaría sospechas, y le bajaron al hall por el ascensor de servicio. Una vez allí, le metieron en el despacho, mientras Luís, se dirigía al garaje para preparar el vehículo. Una llamada perdida fue la señal. Gutiérrez empujó la silla hasta el parking, y entre ambos, le introdujeron en el coche, no sin antes inspeccionar a su alrededor para comprobar que nadie les observaba.
Hacía las seis de la madrugada, el Sr. Soler se personó en el hotel. Hizo un gesto a Gutiérrez que tenía el turno de noche, para que le acompañara al despacho. Una vez dentro, le rogó que tomara asiento y le sirvió un vaso de ron.
-¿Y bien? ¿Ya está todo solucionado? - preguntó tomando un trago y paladeando la bebida.
- Si señor, todo arreglado - contestó el empleado con un deje de rencor en la voz.
- De acuerdo, sabía que podía confiar en usted. Siempre le he considerado un buen trabajador, y lo que más me gusta es que es capaz de resolver los imprevistos con pericia e imaginación -adujo con aire conciliador. - Cuénteme como lo ha conseguido, estoy deseando que me ponga al corriente - añadió dándole la espalda para encender un buen habano.
-Me temo que la solución me la dio usted mismo, cuando dijo que le enviara lo más lejos posible de aquí - aclaró Gutiérrez.
- Explíquese
- Fue sencillo, le mande de vuelta a casa
- No comprendo ¿qué quiere decir?
-Le compre un billete de vuelta, y le dejé en el autobús - dijo Gutiérrez, que ahora se despojaba de la chaqueta de su uniforme, y la puso sobre el sillón - He tomado más de una decisión importante hoy, Sr. Soler. Creo que nuestra relación laboral, ha finalizado.
- ¿No lo dirá en serio? - le espetó perplejo
-Me temo que así es. Dimito -Dijo saliendo por la puerta.

A media mañana, la policía hizo acto de aparición. Buscaban al Gerente del establecimiento.
- Me temo que tiene muchas cosas que aclararnos Sr. Soler, al respecto de un individuo que se alojaba aquí, hasta la noche pasada. Al parecer han encontrado su cadáver, en un autobús, en la estación.
- ¿Y qué tengo yo que ver con eso? - preguntó visiblemente alterado
- Más de lo que le gustaría. En uno de los bolsillos de su abrigo, había una tarjeta de este hotel, y al reverso, una anotación muy significativa “Busquen al Sr, Soler, el Gerente, él sabrá explicarles que hago aquí”. Eso sin contar que el billete fue abonado a través de una cuenta para imprevistos de este establecimiento, e iba expedido a su nombre. ¿Si es tan amable de acompañarnos?...

1 comentario :

Anónimo dijo...

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